Sin ningún atisbo de vergüenza, el convicto Trump indulta a todos los asaltantes del Capitolio.
La jugada está en que, en esta defensa de los felones que le obedecieron ciegamente, está intentando diluir las posibles implicaciones legales en su propia responsabilidad en el 6 de enero, en el juicio que está pendiente y que parecía tenerlo preocupado. Digamos que, indultando a todos, se indulta a sí mismo en un baño de masas, aunque sea una masa de felones. Ojalá se cuestione la legalidad de esta arbitrariredad.
Con la misma medida, además, acaba de crear una milicia basada en la obediencia ciega. Una milicia al servicio del presidente, como Muammar al-Gaddafi, por ejemplo. Un gran ejemplo.
Canto a la ilegalidad, oda al supremacismo de la ideología de ultraderecha que no obedece a nadie y no respeta a ningún tribunal.
Hoy, en nada se diferencia Putin de Trump o Jinping (por no decir - "Dios me salvó para hacer Estados Unidos grande otra vez"- de Kim Jong-Un).
Hoy Trump inaugura el capítulo de su vida como autócrata pisando la ley y la Carta Magna de los EEUU, conectando con las personas que se han formado sin respeto a nada (ni a sí mismos) y han encontrado a su líder espiritual.
La gran incógnita es cómo aguantará esto la democracia estadounidense… ¿Podrá resistirlo? ¿podrá digerirlo? ¿podrá recuperar la normalidad?
¿Será demasiado profundo el mal infligido a la democracia y al país?
El principio del fin se articula por la fecha. Hay más afluentes, pero lo de hoy es de círculo en el calendario. Habrá que atrincherarse.
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